Helena Selva

Desde hace poco más de un año, ando con la idea de escribir sobre esta región. Luego de mucho pensarlo y de botarle corriente con un par de personas, armé el esquema de un cuento fantástico (no sé hasta que punto) que estuvo guardado todo este tiempo en la memoria de 2 GB que me acompaña, hasta que hace un par de días, no sé por qué razón se me ocurrió inciar la narración. Para quienes quieran enterarse poco a poco, aquí va la primerita entrega de Helena Selva, acepto comentarios, sugerencias y corrección de estilo. De paso inauguro el capítulo: Lo que estoy escribiendo, en este blog.
Helena Selva

A las 11 y 59 de la noche la luna llena se encendió en su máximo brillo, el kiko cantó como si llegara un nuevo día mientras las bestias relinchaban inquietas en la pesebrera y un coro dulce de chicharras ensordecía la montaña entera. En ese preciso momento ocurrió el último esfuerzo, el aliento final, el grito libertario; luego de un trabajo de parto que duró trece horas con cincuenta y cuatro minutos, doña Celeste Durán, madre de cuatro hijos varones daba a luz a su primera y única hija, que sería recordada por haber nacido un 29 de febrero, al filo de la media noche, en la vereda La Quisayá, que para un mejor entendimiento debo decir, queda a muchos kilómetros de la civilización y el progreso, pero muy cerca de donde el tigre vive para comerse al yulo y el cielo destella casi todos los días en gotas cristalinas que se incrustan en la tierra cobijada con un verde profundo que huele a vida.

Era poco lógico pensar que algo extraordinario sucediera o estuviera por suceder con este alumbramiento, la ocasión daba más bien para pensar que se trataba de un parto más, un llanto más, una boca más que alimentar, en tiempos en los que a la supervivencia se le sumaba la escasez y se le restaba la oportunidad. Lo cierto es que con el primer berrido de la pequeña todo quedó en silencio; un silencio como el silencio que espera por la siguiente palabra por decir, el pensamiento que se libera y se agota, el momento de palidez antes del desmayo, el fin de la exhalación tras el dolor extinto, un silencio que duró justo hasta el segundo berrido de la niña y el tercero y el cuarto y todos los demás, seguidos de sabanas tibias, felicitaciones, bendiciones y vivas que suelen darse en estas ocasiones.

En el rancho esa noche había poca gente; un compadre que venía de lejos para ver qué se ofrecía y que apenas vio a la niña salió cabalgando hacia el caserío en busca de aguardiente para celebrar, la vieja Elodia matrona experta que había ayudado a venir al mundo a media vereda desde su fundación y los niños: Jesús, Aquenio, Fausto y Hurbano que con los ojos cuarteados bostezaban junto al fogón de leña porque esa noche además de no haber nada que comer en la cocina, no había quien cocinara siquiera una aguapanela para matar el hambre. Eso si llegada la hora, la vieja Elodia ya tenía lista una olla de agua caliente y quién sabe de dónde sacó una gallina que despescuezó y desplumó en un santiamén para hacerle caldo a la recién parida.

- Tiene su mirada Cele, brillosa y profunda, dijo Elodia
Celeste guardó silencio por un instante,
- Es cierto, dijo, - pero por qué abrió los ojos tan rápido?
- Porque es una Sébaco hija linda, no se acuerda? Así ha sido con todos sus guambes y con los del viejo Segundo.
- Una Sébaco, valiente cosa, si por lo menos aquel se hubiera percatado de que la niña estaba al caer. Se quedó en silencio nuevamente y reaccionó diciendo:
- …Así ha sido con todos mis hijos y así ha sido con todos los de su padre el viejo Segundo, se los traga la montaña y nunca se sabe cuando los vuelve a escupir.

Nadie podía imaginar cómo la vida empezaba a cambiar con la llegada de la pequeña a este mundo, ni el mismo Antonio Sébaco, su padre que a 500 kilómetros de ahí y luego de tres meses raspando coca había caído en cama por leishmaniosis y en el instante mismo del nacimiento despertó hecho sudor, viendo a su pequeña hija en imágenes que se perdían en una espesa neblina mental. Y se sentó a llorar su muerte en el mismo momento en que la hija emitía el primer llanto de vida.

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